Esa mirada.

lunes, 27 de febrero de 2012

Ni ataco, ni amenazo.

Se contempló frente al espejo; ese enorme espejo que estaba situado en el recibidor de su casa, mirándose, examinándose, de abajo a arriba. Primeramente se fijó en sus pies, descalzos y húmedos, cubiertos con esa media de rejilla negra que se deslizaba, cual enredadera apoderándose de una pared vacía, llegando hasta el inicio de sus muslos. Algunas gotas se habían colado por éstas, que presentaban varias roturas, humedeciendo su pálida y, aparentemente, frágil piel. Continuó la mirada hasta sus manos, que sujetaban, con aspecto cansado, los tacones que ella había llevado esa noche. Dejó entonces las manos muertas, haciendo así, que cayeran al suelo, sobre su vestido blanco, profanado por esas manchas, aún húmedas, de ese color rojo intenso que marcaría su vida para siempre. Continuó la mirada por su cuerpo desnudo lleno de heridas invisibles, con algunas gotas de agua deslizándose por sus curvas. Subió la mirada hasta su propio rostro, quitando algunos mechones de su largo cabello, oscuro y completamente empapado, para poder contemplarse. Su semblante permanecía impasible, pálido, sin vida. Sus ojos verdosos, apagados, estaban enmarcados con negro, que se había deslizado hasta sus mejillas, dejando dos oscuros caminos abiertos por sus lágrimas. No estaba completamente segura de que había mojado más su rostro, si la lluvia o sus saladas lágrimas, esas lágrimas que continuaban brotando de sus ojos, tintándose de negro mientras se deslizaban por su piel, cayendo hacia la nada. 

Sabía que lo mejor y lo más aconsejable en estos casos, era llorar fuerte, gritar y romper todo lo que había a su alrededor para descargar su rabia. Deslizó instantáneamente la mirada hacia su salón, por el cual parecía que había pasado un huracán. Cristales rotos cubrían finamente el suelo, acompañados de los trozos de madera astillada de los diferentes muebles y la tela caída de las cortinas rajadas.
Y una mierda ayudaba eso a eliminar la rabia.
Por eso se colocó frente al espejo, frente a sí misma, torturándose con cada lágrima que desprendían sus ojos irritados. 
Su propio subconsciente, con la voz ronca y vacía de vida, le murmuró a su yo del espejo:
Acuérdate de esta imagen la próxima vez que vuelvas a amar. Vas a quedarte aquí, hasta que ese amor salga por las lágrimas heridas de tus ojos. Ni te ataco, ni te amenazo. Quiero que lo hagas por ti. Porque si no te proteges tú ¿quién va a hacerlo por ti?

Y eso hizo ella. Sin prisa, ni tampoco lentitud, dejó que las lágrimas continuaran sin colocar ningún freno en ellas. Ella no era quien debía pararlas, pero la pregunta era: 
¿Sería ella la única en saber eso?

1 comentario:

  1. No, no es la única en saberlo…
    Amara de nuevo, puedo estar seguro, y vendrán más tormentas y volverá a romper las cosas, quizás no todas, quizás solo un jarrón o el recuerdo de algún otro amor.
    Pero algún día, algún conocerá el resultado del amor. La persona a la que ama le cojera la mano antes de que rompa nada, y entonces y solo entonces, lo único que se romperá será esa forma de romperse.
    Conocerá, el amor con resultados…


    (Insomne paseaba en la noche de la blogosfera y por un momento me puse junto a ella en el espejo al que se mira, no pude evitar leer entonces su historia reflejada)

    ResponderEliminar