Esa mirada.

martes, 20 de agosto de 2013

A veces olvido que soy la escritora del dolor.

La oscuridad. La oscuridad es ese lugar donde las almas perdidas pueden ocultarse sin preocuparse de ser encontradas, y donde las almas puras son enterradas por capricho del destino.

Las sábanas son frías, aún más frías que la piel muerta que gime bajo el peso del amor que ha sido bien pagado. Los ojos muertos miran hacia la nada. No, miento. Miran hacia algo que nunca ocurrió, despertando la nostalgia entre los breves gemidos de un cuerpo colapsado por el caos. Por suerte, la oscuridad ayuda a fingir sonrisas y placer por tal de no pasar hambre otra noche más. Hambre de amor, de cariño humano. El cabello oscuro, dolorido, reposa sobre una espalda que fue acariciada y besada por los labios que siempre amaron con palabras bellas.

No hay amor, no para alguien como tú. Las putas sirven para venderse, no para ser amadas.

La crueldad es la marca que identifica el cuerpo aovillado en la esquina más oscura de la soledad. Con miedo de alzar el rostro, la garganta se ahoga una vez, cerrando el paso al aire que hace que el sistema siga funcionando, pero no viviendo. Un cuerpo que, de forma inteligente, quiere morir para no sufrir más. Las lágrimas de dulce agua salada son las únicas caricias que recibe el rostro pálido maltratado por manos áridas que arañaban la piel aterciopelada.

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