Esa mirada.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Dos metros y cuarenta y tres centímetros.

La apaciguada brisa otoñal acariciaba dulcemente algunas de las hojas, que ya perdían su resplandeciente verde esmeralda, tornándolas a ese color marrón tan único y característico, imposible de plasmar con suma perfección en un lienzo, ni siquiera por el mejor de los artistas conocidos y por conocer.
El aire paseaba  con movimientos delicados e invisibles por aquel claro del bosque, topándose con las hojas muertas que se dirigían al suelo y la hierba sobre la cual caían. También se movía a ras del agua de una charca que mantenía en vida todo aquel hermoso paisaje.

Aquella misma brisa se encontró con el rostro de la joven, que permanecía sentada en el suelo, transmitiéndole la esencia de todo aquello que se encontraba allí. Sintió la muerte presente en las hojas, el frescor mostrado por la hierba y la humedad del agua, todos en una combinación perfecta y única.


Respiró hondo mientras, lentamente, abría los ojos y apartaba algunos mechones de su oscuro cabello, que el aire había revuelto sobre su rostro. Bajó la mirada hasta la charca, donde algunas ranas aún croaban y saltaban de vez en cuando, observando en ésta, la luz reflejada por el sol, cuyo color cada vez era más anaranjado; ya se iba ocultando tras el horizonte.

Una sosegada sonrisa apareció en su rostro, no por ello menos amplia que las demás, mientras se incorporaba y daba un paso hacia la charca, agachándose lo suficiente como para alcanzar su daga, que descansaba en la pequeña orilla, mientras el agua terminaba eliminando los restos de sangre que aún permanecían en ella. La pasó por la tela de su oscuro vestido, secando ambos lados de la hoja y guardándola en su correspondiente lugar.
Giró sobre si misma y comenzó a caminar para salir de aquel claro, pasando junto a un montículo de tierra removida que perturbaba el aspecto homogeneo del prado, sobre el cual, yacía una pala clavada en la misma tierra que arrancó sin esfuerzo y sin frenar su paso en ningún momento. 



Justo antes de salir completamente, volvió la mirada hacia atrás observando como una fina capa de hierba ya florecía, a gran velocidad, sobre aquel montículo que pocas horas antes había hecho para esconder su pecado, sin eliminar su apaciguada sonrisa en ningún momento.



Ya quedaba menos.

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